jueves, septiembre 08, 2005

EL DESCONOCIDO III PARTE






Lo que suele ser un paseo se convierte en un mero trayecto, y Lucía llega pronto al café y elige una mesa junto a la puerta, nunca se sabe si luego será conveniente tenerla cerca. Pide el habitual capuccino, y revisa su labio superior con la lengua a cada minuto. No quiere lucir un bigote de espuma la primera vez que se vean. Es una locura, pero ha decidido apostar. Espera. Pide un vaso de agua. Espera. De repente escucha su nombre.

-¿Es usted Lucía?

El camarero. Lucía en medio segundo repasa mentalmente, no entiende, si él es él, ¿por qué la llama de usted?. ¿Un camarero? Tendría sentido entonces que la conociera, eso sí, es un joven en el que se ha fijado alguna vez, uno que esconde cierta insolencia tras la corrección que requiere el lugar. Qué atrevido entonces, intentar seducir a una clienta. Duda un instante si esquivar la situación, pero sigue adelante con el juego.

-Sí, soy Lucía.

El camarero le extiende un sobre. ¿Seguirá con la misma parafernalia aún frente a frente? Pero no, no es él, sólo es un mensajero. Hay cierto alivio al descubrirlo, Lucía ha imaginado un hombre curtido para su Eros, no un efebo descarado.

“¿Te apetece jugar? Una mujer como tú adora un juego como este, y yo adoro a las mujeres como tú, pero no se cruzaban en mi camino. Hasta que apareciste. Acábate tu capuccino tranquilamente, bueno, es un decir, yo también estoy dulcemente nervioso, y luego ven. Parque del Retiro, escalinata del Palacio de Cristal, a las siete. Tienes un taxi en la puerta. Eros.” Lucía sonríe y maldice con cierta ternura a la vez. Pero está segura de que todo tiene un motivo. Tal vez Eros ha preparado un primer encuentro en un lugar tan especial como ese, con una luz mágica en los atardeceres de esa época del año. Tal vez él sepa que el café de moda a cien metros de su oficina supone cierto riesgo, sobre todo para ella. Su marido conoce bien a varios compañeros de trabajo, y sería mejor que no llegara a sus oídos ningún encuentro, ninguno así, desde luego. Que las cosas acaben es cuestión de tiempo, pero tampoco es necesario echarse encima las culpas de la separación, y más aún cuando sabe que no va a ser precisamente amistosa. Este momento, esta nueva ventana inundando el ambiente de aire puro, le pertenece a ella, después de tantas veces en que su marido le ha ignorado cuando ella necesitaba ser escuchada, y agobiado cuando debía dejarle respirar.

-¿Es usted Lucía? –pregunta el taxista girándose, mientras Lucía abre la puerta, un segundo antes de cerciorarse. Menos mal, piensa ella, la misma formalidad, este seguro que no es Eros. Le indica el destino pero el taxista parece saberlo de antemano, y no habla durante la carrera. Su anónimo está demasiado seguro de que ella seguirá sus pasos, si ha hecho esperar un taxi a la puerta de un café, hasta que lo tomara una tal Lucía. Súbitamente cae en la cuenta, si Eros le ha indicado y le ha pagado, el taxista debe conocer su rostro. Podría desvelar una parte del puzzle, pero baja del taxi y decide no romper el hechizo, dejará que siga su curso.

El paseo hasta el estanque del Palacio de Cristal es agradable, tranquilo entre semana, las flores de los castaños de indias se alzan como erectos conos blanquecinos, y el corazón de Lucía se inquieta a cada paso. Al llegar al lugar, pasan cinco minutos de las siete, y sólo se oye el chorro de agua espumando el centro del estanque, y una guitarra que se deja afinar. Hay un músico sentado en las escaleras y Lucía presiente que tampoco está ahí por casualidad. Se miran y el músico comienza a tocar. Ella sonríe sin separar sus labios, es un gesto de emoción, más allá de la simpatía, porque de la cintura de la guitarra surge un tango. Eso es tanto como preguntar si es usted Lucía.

Cuando termina la melancolía, ella se acerca y saluda al músico. Pero el músico no la trata de usted... ni de tú, si no de vos. Por un segundo parecía que... pero no, no es Eros. El compatriota, un barbado bohemio, le da un paquete a Lucía, y ella tampoco le pregunta por el hombre que se lo ha entregado. Comentan algo de Buenos Aires, tan sólo un pretexto para saborear el acento, se despide del músico y Lucía se pierde entre los árboles.

En un banco cerca de la salida del Parque rasga el papel, abre una caja de madera pintada de azul y encuentra un teléfono móvil y una nota. Es el mismo teléfono que ha estado regalándole fantasía desde hace un mes. Lo dice la nota, que lleva también un código de cuatro cifras, una dirección y un número al que llamar. Lucía huele el teléfono como si fuera el cuello de una camisa, lo aprieta, el pulgar recorre la pantalla, acaricia el fetiche, y llama al número indicado.

1 Comments:

Blogger Meibi said...

Ya poooooooo!!!!
Terminará mañana?
¿Cuánto falta?
¿O seguirás el Lunes?

Mira que el fin de semana no puedo revisar la página.

¿cuánto falta?

2:09 p. m., septiembre 08, 2005  

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